Givors, septiembre de 1922
Se levanto de la cama y se vistió, María tenía calambres y punzadas en la barriga. Estaba de siete meses y ya sabía que aquella jornada de trabajo se le haría eterna. Hacia dos semanas que habían llegado en tren para la vendimia y parecía que el tiempo se había detenido, los días eran tan similares unos a otros que a María le daba la impresión de caminar en un círculo cerrado.
Aquella mañana hacía frío, miró a su hijo Juan mientras dormía, con los rizos rubios despeinados,volvería a pasar el día con la Tata Ana y los otros niños. Se movía con pesadez, después de días en el campo le dolía la espalda y tenia las manos llenas de heridas. Mientras preparaba el almuerzo, pan seco y las morcillas que habían traído de Portilla, se sintió mojada.
José que estoy de parto – gritó con miedo
Avisaron a Manuela, cuando llegó los calambres eran cada vez mas fuertes y el dolor le hacía perder el sentido. Después de horas de lucha salió el primer bebe, muy pequeño...demasiado y al cabo de unos minutos el siguiente. Y entonces Maria se sintió muy débil, a su alrededor todos corrían con sabanas manchadas de sangre y ella solo podía pensar en su hijo durmiendo con los rizos rubios despeinados. Cerró los ojos y se fue, dos días después sus gemelos.
El día que se casó su hijo Juan puso la foto de María presidiendo su salón para sentirla cerca y no olvidarla.
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